Maktum
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‘Abdullah Ibn Umm Maktum

En el transcurso de una clase que estaba dando hoy, empezamos a hablar sobre los Sahaba, los compañeros del Mensajero Muhammad, sallallahu alaihi wa sallam, esos hombres y mujeres increíbles cuyas vidas estaban impregnadas en todo momento de amor a Allah y a Su Mensajero. Y de entre ellos comenzamos a hablar de uno en particular, uno por el cual Allah reprendió a Su Mensajero, uno que era ciego de vista pero cuyo corazón irradiaba la luz de Allah y de Su Mensajero; este noble Sahaba es Abdullah (o ‘Amr según otras transmisiones) Ibn Umm Maktum, que Allah esté complacido con él.

Este hombre fue uno de los primeros en aceptar el Islam, fue testigo del nacimiento de la luz del Islam en Makka al-Mukarrama. Vivió en sus propias carnes la persecución que sufrieron los musulmanes durante esos primeros años. Su actitud, como la del resto de musulmanes, fue de firmeza, perseverancia y una admirable resistencia. Ni su valor ni su amor por Allah y Su Mensajero se vieron debilitados, a pesar de la violencia de los ataques de los enemigos. De hecho, era todo lo contrario: cuando más le atacaban, cuanto más le insultaban, cuanto más sufría, más se afianzaba en su corazón su creencia y amor por Allah y por Su Mensajero.

Era tal su deseo de aprender y de que se iluminara su corazón, que no dejaba pasar una ocasión en la que se encontrara con el Profeta, en la que no le pidiera que le enseñara lo que Allah le había revelado, que le enseñara algo nuevo del Islam. Una de estas veces, en las que caminaba por las inmediaciones de la Ka’ba, escuchó la voz del Mensajero, sallallahu alaihi wa sallam, y su rostro se iluminó con una sonrisa resplandeciente. Guiado por la voz del Profeta llegó a su lado, y cuando estuvo junto a él le dijo: “Oh Mensajero de Allah, enséñame algo de lo que Allah te ha enseñado”.

Se produjo un silencio, pero volvió a insistir en su petición: “Oh Mensajero de Allah, enséñame algo de lo que Allah te ha enseñado”. Un nuevo momento de silencio. Volvió a insistir por tercera vez y el Profeta frunció el ceño y le volvió la espalda. Ibn Umm Maktûm se retiró contrariado. Él quería aprender, quería iluminarse con la luz de Muhammad, saws, pero lo que no sabía, es que el Profeta estaba hablando con los más nobles de los Quraysh, entre los que se encontraban ‘Utba y Shayba ibn Rabî’, Abu Ŷahl, Umayya Ibn Jalaf y al Walid Ibn Al Mughira entre otros. Estos, los grandes jefes de los Quraysh, se habían sentado por primera vez a escuchar al Profeta, y parecía que daban muestras de interesarse por el Islam, parecía que se inclinaban hacia el Din de Allah y no sabemos el avance que eso habría supuesto para el Islam y los musulmanes.

El Mensajero estaba con ellos, veía ante si la oportunidad de que aceptasen el Islam cuando Ibn Umm Maktum le interrumpió. El momento “mágico” había pasado, la oportunidad se había perdido y los jefes de los Quraysh se alejaron de él, pues no querían tener contacto con un hombre pobre, ciego y desaliñado.

En ese estado de contrariedad, el Mensajero se quedó solo lamentando la oportunidad perdida, y entonces descendieron unas nobles aleyas en las que Allah le reprende, le amonesta por el comportamiento que ha tenido con Ibn Umm Maktum; y no habían sido malas palabras, sino un mero gesto: fruncir el ceño y darle la espalda. Pero es que Allah, por amor a él, educaba constantemente a Su Profeta; y entonces le dijo: Frunció el ceño y se apartó porque vino a él el ciego. ¿Pero quién sabe? tal vez se purifique, o recuerde y le beneficie el Recuerdo. Al que es rico, le dedicas atención cuando no es responsabilidad tuya que se purifique. Mientras que quien viene a ti con afán y es temeroso (de su Señor), te despreocupas de él. ¡Pero no! Es un Recuerdo (el Corán)”.

Desde ese día el Mensajero siempre sonreía cuando veía a Ibn Umm Maktum, le preguntaba acerca de sus asuntos, satisfacía sus necesidades y cuando estaban sentados y él llegaba, se levantaba con una gran sonrisa, le hacía un sitio a su lado y decía: “Bienvenido sea aquel por quien Mi Señor me reprendió”.

La situación en Makka continuaba siendo insostenible para los musulmanes, y fue en ese entonces cuando Allah le concedió el permiso para emigrar a Medina. Se dice que los primeros en hacerlo fueron Mus’ab Ibn Umayr y ‘Abdullah Ibn Umm Maktum, quienes nada más llegar comenzaron a llamar a la gente al Islam y a enseñarles el Din de Allah.

Tras la llegada del Mensajero Muhammad, sallallahu alaihi wa sallam, nombró a Bilal y a Ibn Umm Maktum sus almuédanos, eran los encargados de llamar a la gente a la oración y se dice que se turnaban para hacerlo; a veces daba Bilal el adhan e Ibn Umm Maktum el iqamah, y en otras ocasiones lo hacían al contrario.

Llegó entonces el tiempo de las batallas y las expediciones militares, llegó el tiempo del ŷihad y la recompensa prometida para los que morían en él. En algunas de las expediciones que encabezaba el Mensajero en persona, dejaba a Abdullah Ibn Umm Maktum como gobernador de Medina. Entonces, y pese a su ceguera, él se hacía cargo de los asuntos de los musulmanes, los lideraba en la oración e incluso era el encargado de dar los jutbas; pero cuando lo hacía, por amor y respeto al Mensajero, no se subía al mimbar como lo hacia él, sino que daba el jutba de pie, justo al lado del mimbar.

Tras la batalla de Badr, Allah reveló una aleya en la que habla sobre el mérito del ŷihad y cómo no se pueden equiparar los que salen a luchar por la causa de Allah y los que se quedan en sus hogares. Nos transmite este suceso Zayd Ibn Zabit, uno de los escribas del Mensajero Muhammad, sallallahu alaihi wa sallam, que dijo lo siguiente: “Estuve al lado del Mensajero de Allah cuando lo embargó la Presencia Divina apoderándose de él, pues su muslo cayó sobre el mío y no encontré nada más pesado que el muslo del Mensajero de Allah, sallallahu alaihi wa sallam; después se apartó y dijo: “¡Escribe!”; y escribí sobre un hueso plano de paletilla lo que me había recitado: “No se pueden equiparar los creyentes que se quedan en sus hogares y los que combaten por la causa de Allah…”. Se levantó entonces Ibn Umm Maktum –que era un hombre ciego – y dijo: ‘¡Mensajero de Allah! ¿Qué pasa con el no puede hacer el ŷihad de los creyentes?’ Se produjo un silencio y el Mensajero de Allah fue embargado nuevamente por la presencia divina, y su muslo cayó sobre el mío, y vi que su pesadez en esta segunda ocasión era como en la primera; y después me dijo: “¡Recita, oh Zayd!”. Y recité: “No se pueden equiparar los creyentes que se quedan en sus hogares”. Y al llegar allí, el Mensajero me interrumpió y me dijo que añadiera: “Salvo quienes tienen una excusa válida”.

De esta manera Allah tuvo misericordia de Ibn Umm Maktum –y de otros como él─ que querían luchar por la causa de Allah, pero tenían un impedimento para hacerlo. No obstante, la luz que irradiaba el corazón de este noble Sahaba era demasiado grande y anhelaba acudir al ŷihad, no quería quedarse en casa mientras sus compañeros salían a luchar por la causa de Allah, su alma era demasiado grande y noble para permanecer ajeno a los asuntos de gran importancia del Din del Islam.

Tras la muerte del Mensajero de Allah, y en especial bajo el califato de Sayyiduna ‘Umar, el Islam se propagó con una rapidez vertiginosa, las batallas se sucedían en varios lugares e Ibn Umm Maktum anhelaba acudir a ellas. Llegó entonces el año 15 de la hiŷra, año en el que tendría lugar la famosa y trascendental batalla de Al Qadisiyah, en la que se enfrentarían los musulmanes contra el temido ejército de los persas.

Para dicha batalla, Sayyiduna ‘Umar escribió a todos los gobernadores de los musulmanes: “Enviad a todo aquel que posea un arma o un caballo, o que pueda serme de cualquier tipo de ayuda. ¡Y daos prisa!”.

Los musulmanes acudieron en masa desde todas direcciones en respuesta a la llamada del Califa, y se congregaron a las afueras de Medina. Entre ellos estaba el ciego Ibn Umm Maktum, que dijo: “Situadme entre dos filas de nuestros combatientes y dadme un estandarte. Yo lo llevaré y lo protegeré con mi vida si es necesario, ya que siendo ciego no sabré cuántos son los enemigos que me atacan y el miedo no me llevará a huir de ellos”.

‘Umar nombró a Sa’d Ibn Abi Waqqas jefe del ejército, le dio sus instrucciones y se despidió de él y del resto de combatientes. Cuando el ejército llegó a Al Qadisiyah, Abdullah Ibn Umm Maktum se encontraba en la vanguardia, vestido con una cota de malla, aferrando un estandarte y totalmente preparado.

Los ejércitos se encontraron y la batalla se prolongó durante tres días. Fue uno de los combates más violentos y feroces de la historia del Islam. Al tercer día, y por el poder de Allah, los musulmanes consiguieron la victoria y con ella se derrumbó uno de los más grandes imperios del mundo. El precio de esta victoria fue la muerte de cientos de mártires.

Mientras atendían a los heridos y recogían a los muertos, encontraron el cuerpo de Ibn Umm Maktum; una expresión de paz y serenidad se veía en su rostro y entre sus manos, protegiéndolo con su propio cuerpo, estaba el estandarte que había jurado defender con su vida. (Hay transmisiones que narran que sobrevivió esta batalla y volvió a Medina donde murió).

Este noble hombre era Abdullah (o ‘Amr) Ibn Umm Maktum, el hombre que no dejaba pasar una ocasión en la que aprender el Islam, el ciego a través del cual Allah reprendió a Su Mensajero en el Corán ─pero que tras ello se alegraba enormemente cada vez que le veía─ uno de los almuédanos del Profeta, el hombre por el que Allah eximió a los que tenían un impedimento para acudir al ŷihad. Él es un ejemplo para todos y estoy seguro de que al final logró su objetivo, que no era otro que volver e encontrarse con su amado Profeta en el lugar más elevado del Jardín.

Y le pido a Allah que nos permita reunirnos con ambos en el Jardín y disfrutar allí, en su compañía, de deleites que ojos no han visto, oídos no han escuchado y corazones no han tan siquiera imaginado. Amin.

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