pruebas

Sobre el mal de la vanidad

Musulmanes, os exhorto a que tengáis Taqwa de Allah y a que Le obedezcáis en todo aquello que os ordene, pues la Taqwa es el estandarte de los siervos rectos de Allah.

Siervos de Allah, ciertamente en nuestro cuerpo hay un trozo de carne que, si está sano, el resto del cuerpo estará sano, y si está enfermo, el resto del cuerpo estará enfermo; ese trozo de carne es el corazón. El corazón enferma. El corazón siente. El corazón padece. El corazón necesita tratamiento cuando está enfermo, y una de las enfermedades más perversas del corazón, con la que Allah pone a prueba a la mayoría de sus siervos, una enfermedad que crea grandes enfrentamientos en este mundo de dunia, una enfermedad que nubla la vista y el entendimiento, que impide reconocer el favor y ser agradecido por ello, venga de Allah o venga de una de Sus criaturas, una enfermedad que lleva a ponerte y creerte por encima de los demás, que ha sido causa de guerras y enfrentamientos, de separaciones y divisiones, esa enfermedad perversa y denigrante es el orgullo, la jactancia, la vanidad, la arrogancia.

El ‘uyb, la vanidad, es mirarte a ti mismo con ojos de perfección, es creer qué bueno es lo que estás haciendo ─al tiempo que olvidas los dones de Allah, que son los que te están permitiendo hacerlo─ y es ponerte por encima, despreciando a los demás. El vanidoso es el que está fascinado consigo mismo, el que admira su talento, su inteligencia, su conocimiento, sus acciones, sus palabras, su belleza, su fuerza, su buen aspecto y se considera mejor que los demás, el que cree que lo que él hace es mejor que lo que hacen los demás.

Entre los males de la vanidad, encontramos que se llevan y se comen las buenas acciones que hemos podido realizar, nos impide reconocer de dónde procede el bien y, llevada al límite, la vanidad llevada a su extremo, es la compañera íntima de kufr. Iblis, a quien Allah maldiga, sintió vanidad de su origen, de su composición, y eso le impidió postrarse ante Allah. Su vanidad, su orgullo, le impidió cumplir con la orden de Su Señor.

Otro de los males perversos de la vanidad es que nos lleva a estar tan pendientes de nosotros mismos, tan asombrados con lo que hacemos, que terminamos haciendo que nuestro nafs sea nuestra guía. Es nuestro nafs el que determina nuestros pasos. Es a nuestro nafs al que obedecemos, y no hay nada más perverso y destructivo en este mundo que seguir los apetitos y las pasiones de tu propio nafs. Dijo el Mensajero de Allah, s. a. w. s.: “Hay tres salvadoras: tener temor de Allah en lo oculto y en lo público, ser justo tanto en el contentamiento como en el enfado y la moderación en el gasto (qasd) tanto en la riqueza como en la pobreza. Y hay tres destructoras: el deseo al que uno se somete y lo sigue, la tacañería a la que se obedece y la complacencia con uno mismo”.

Ciertamente, la vanidad es algo totalmente perverso, ya que te lleva a olvidarte de Allah, te lleva a olvidarte de Aquel que realmente puede beneficiarte o perjudicarte. La vanidad crea un vacío en torno a Allah que solo se llena contigo mismo. El vanidoso es el que piensa: “He conseguido esto con mi inteligencia. Lo he conseguido con mi esfuerzo, con mi dedicación, con mi conocimiento, con el sudor de mi frente, con mi fuerza, con mi habilidad en los negocios. Lo he conseguido porque le he dedicado horas y horas de tiempo…

¿Sabéis quién pensaba de esta manera? ¿Sabéis quién creía que lo que poseía era porque lo había alcanzado él? Qarún creía eso, ¿y cuál fue su destino, sabéis que hizo Allah con él, por ser vanidoso? Allah lo narra en el Corán diciendo: “Qarún era uno de la gente de Musa que abusó de ellos. Le habíamos dado tesoros cuyas llaves habrían hecho tambalearse a un grupo de hombres fuertes. Entonces le dijo su gente: ‘No te regocijes, pues realmente Allah no ama a los que se vanaglorian’. Dijo: ‘Lo que se me ha dado es gracias a un conocimiento que tengo’. Entonces hicimos que la tierra se lo tragara junto con su casa y no hubo ninguna guardia que pudiera socorrerle fuera de Allah ni pudo defenderse a sí mismo”.

Tu vanidad, tu orgullo, tu jactancia, tu arrogancia, esas enfermedades que invaden tu corazón y te hacen pensar que tú eres el actor, que todo depende de ti y que lo que tienes es gracias a ti, son las que te llevarán a perderlo todo, bien en esta vida o bien en la Próxima, o bien en esta vida y en la Próxima. Es un signo de que estás olvidando las dos reglas básicas que rigen este mundo de dunia y que debemos tener siempre presentes antes nosotros: que Allah es el verdadero Creador, el único actor, y que todas las acciones del universo son los actos de Allah; y estás olvidando que los seres humanos seremos incapaces de alcanzar cosa alguna, sea lo que sea, si no es por la voluntad de Allah.

Debemos reflexionar sobre estos dos asuntos, ya que son las reglas más básicas de este mundo de dunia. Debemos indagar sobre ellos, buscar la certeza que poseen, y entonces llegaremos al estado en el que reconoceremos de dónde provienen todas las bendiciones, reconoceremos que todo proviene de Allah y que nosotros somos incapaces de producir nada, ya sea beneficioso o perjudicial, ya sea bueno o malo, si no es con el permiso de Allah. Oh Allah, te pedimos que nos hagas ser de los que escuchan la palabra y siguen lo mejor de ella.

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¿Cuál es la manera de vencer a la vanidad? La respuesta la encontramos en las palabras de uno de los grandes hombres de Allah, quien dijo: “El que quiera romper la vanidad tiene que hacer cuatro cosas: la primera de ellas es ver que lo que hace factibles las cosas procede de Allah, y cuando vea esto, se ocupará en agradecer y no se admirará a sí mismo; la segunda es que mire las bendiciones con las que Allah le ha favorecido, y cuando vea Sus bendiciones, se ocupará en agradecerlas, y tendrá en poco sus acciones y no sentirá vanidad por ello; la tercera es que tema que sus acciones no sean aceptadas, y al estar ocupado en el temor por la aceptación, no se admirará a sí mismo; y la cuarta es que mire las faltas que ha hecho en el pasado, y al temer que sus malas acciones sobrepasen a sus buenas acciones, su vanidad será escasa. ¿Y cómo podría el hombre admirarse de sus acciones cuando no sabe qué estará en su libro el Día del Levantamiento, siendo así que su admiración y su alegría sólo serán patenten después de haber leído el libro?”.

Hoy en día, en estos tiempos que corren, en la situación que estamos viviendo, necesitamos luchar contra la vanidad, contra el orgullo y la arrogancia, pues desgraciadamente a lo que conducen es a lo que vemos tan presente a nuestro alrededor, en nuestra Ummah y fuera de ella, que es el famoso: “Estás conmigo o estás contra mí. Yo poseo la verdad. Yo soy el poseedor de la verdad absoluta −y te atreves a decirlo tanto en asuntos del Din como en asuntos de dunia− y, en consecuencia, el otro está equivocado. Y entonces el que no piense como yo pienso, el que no crea lo que yo creo, el que no haga lo que yo hago, ese está contra mí”.

Este es el gran mal de la vanidad contra el que tenemos que enfrentarnos en nuestros días, tanto a nivel individual como colectivo y social. Esto es lo que rompe matrimonios, lo que deshace familias y lo que divide las comunidades. Mírate a ti mismo. Reconoce ─por Allah─. Reconoce que no eres el poseedor de la verdad. Reconoce que no eres tú el que hace que realmente ocurran las cosas. Reconoce que no es tu inteligencia, ni tu conocimiento, ni tu fuerza física lo que hace que las cosas ocurran. Cuando lo hayamos hecho, será cuando podremos crear algo vivo y real, algo sincero. Será cuando podremos crecer y fortalecernos, pues sabremos que no todo depende de nosotros y sabremos que hay otros, que hay otra gente que puede ser mejor que nosotros, mucho mejor que nosotros y que de ellos tenemos mucho que aprender. Y cuando lo hagamos, cuando venzamos esa vanidad que nos impide reconocer el bien de los demás, sin ninguna duda, Allah nos abrirá las puertas y nos dará el éxito en esta vida y en la Próxima.

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