Esta mañana, por las “casualidades” de la tecnología he visto algunos debates en las redes sociales acerca del Islam y de los musulmanes, debates que en un principio parecían enriquecedores, pero que luego han tornado en acusaciones constantes, debates en los que leía mucho la palabra kuffar, no musulmán, incrédulo, desviado, infierno, castigo, pecador, miedo, oscuridad y un largo etcétera de aspectos que me han entristecido tremendamente.
Ese sentimiento de pesar y de tristeza me ha acompañado durante varias horas, tenía ganas de escribir algo al respecto, pero no sabía cómo abordarlo, no tenía claro cómo meterle mano al asunto sin caer en formar parte de esos debates que estoy convencido que no conducen a nada bueno y en los que me niego a participar.
Entonces he recordado una historia que me contó uno de mis maestros, una historia realmente hermosa sobre la que es bueno que reflexionemos, y no me he podido resistir a compartirla con vosotros y a escribir un breve comentario personal al respecto, ya que en ella se muestra un camino por el que estoy convencido que si transitamos, nos irá mucho mejor a nivel individual, pero todavía más aún, a nivel global, como comunidad, como Ummah.
La historia tiene como escenario principal una ciudad, la gran ciudad de Basora, origen de grandes hombres de conocimiento y de un elevado anhelo y puesta en práctica del Islam. En esta gran ciudad hay varias mezquitas, en una de ellas, una de las principales y más importantes, un Imam tiene sus seguidores; es un Imam que siempre que da sus jutbas o sus clases habla con firmeza, incluso con dureza, y no es que hablara sobre cosas incorrectas o alejadas de nuestro Din, y tampoco se lo inventaba, todo lo que decía era correcto y formaba parte del Corán y de la Sunnah; pero hablaba del miedo, el temor, el castigo, los tormentos del Infierno, las transgresiones que comete la gente, los acusa de que son unos desviados y están saliendo del Din… Esto creaba en sus oyentes un sentimiento de pesar y de congoja, salían con miedo de la mezquita; pero claro, era la mezquita principal y el Imam más famoso que había.
Llega un momento en el los asistentes a los jutbas y las clases empiezan a disminuir, los círculos son cada vez más pequeños, cada vez hay menos gente y por el contrario una mezquita pequeña de las afueras empieza a llenarse cada vez más, casi todos los que antes iban a la gran mezquita empieza a acudir a esa pequeñita y humilde.
El gran Imam, lleno de preocupación por lo que estaba sucediendo se decide a indagar el por qué estaba ocurriendo esto; por lo que va a ver a un vecino suyo, que antes era asiduo a sus clases. Va a su casa y lleno de arrogancia le pregunta: “¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué la gente ha cambiado mi circulo de conocimiento por el de este otro Imam?”.
El hombre, un hombre humilde y sencillo, le responde: “Porque cuando íbamos a tus clases y tus jutbas, salíamos apesadumbrados, como con un gran peso sobre nosotros, una losa que no nos podíamos quitar, salíamos y veíamos los tormentos del Infierno ante nuestros ojos. Pero en cambio, cuando salimos después de haber escuchado al otro Imam, lo hacemos ligeros, con nuestros corazones lleno de amor, de anhelo y de esperanza, cuando salimos es como si pudiéramos oler el aroma del Jardín”.
“¿Pero, de qué os habla ese hombre?”, preguntó el Imam, con un hilo de voz, a medida que su arrogancia se iba rebajando cada vez más. “Nos habla de Allah, de Su amor hacia nosotros, de la inmensa cantidad de dones y bendiciones que nos ha entregado y por los que debemos estar agradecidos, nos habla de Su complacencia, de Su misericordia, de Su indulgencia, de Su perdón; llena nuestros corazones de esperanza, nos habla de los deleites del Jardín y entonces, cuando salimos, nuestro único objetivo es hacer todo lo que Él nos ordena para alcanzar el Jardín. Nos habla del mejor de la creación, de Muhammad Ibn ‘Abdullah, de su comportamiento, de sus cualidades, de su trato hacia los cercanos y los lejanos, de su inmensa misericordia, de su amor hacia sus compañeros, de su amor hacia todos y cada uno de nosotros y, con solo escucharle nuestros corazones se llenan de amor hacia él, salla allahu alaihi wa sallam, y salimos decididos a hacer todo lo que nos ordena, pues nuestro único anhelo es encontrarnos con él en el lugar más elevado del Jardín”.
Aquí finaliza esta historia que considero que es necesario que conozcamos y que he recordado después de leer esos debates y acusaciones en las redes sociales. Ahora bien, debemos saber que todo es parte del Islam, los dos imames tenían razón, no podemos decir nunca que lo que transmitía el primero no es parte del Islam y es posible que haya momentos en los que ese mensaje sea el necesario de transmitir, es posible que alguna gente necesite ese látigo, de hecho, todos nosotros lo necesitamos en ocasiones en su justa medida. Es una llamada de atención muy necesaria para todos que no debemos olvidar.
Ahora bien, no lo es todo, y no puede serlo todo. Porque si estamos siempre con ese látigo podremos llegar a desesperar de la misericordia de Allah, sobretodo si lo empleamos con los jóvenes de nuestra comunidad, ya que es probable, como ha ocurrido en muchos casos de los que hemos sido testigos a nuestro alrededor, que esos jóvenes acaben alejándose del Din de Allah.
Yo estoy convencido de una cosa: hoy en día, por lo que estamos viviendo a nuestro alrededor, por el estado del Islam y de los musulmanes, por la necesidad patente de afianzar nuestra identidad, considero que es necesario que transitemos el segundo camino, que sigamos el ejemplo del segundo Imam, que despertemos el anhelo en nuestros corazones, que los llenemos de esperanza y seguridad, pues así, conseguiremos algo tremendamente necesario en nuestros días y en nuestros jóvenes, un requisito indispensable para todos nosotros.
¿A qué me estoy refiriendo? Me estoy refiriendo al orgullo de ser musulmanes, al sentimiento de pertenencia al Din de Allah, a que con total confianza y certeza digamos: “Estoy complacido con Allah como Señor, con Muhammad, saws, como Mensajero y con el Islam como forma de vida”.
Para llegar a ello hay dos caminos, como los hay en la historia antes mencionada, yo tengo muy claro cuál de los dos transitar y solo me queda pedirle a Allah, que transitando uno o el otro, lleguemos todos a afirmar: “Estoy complacido con Allah como Señor, con Muhammad, saws, como Mensajero y con el Islam como forma de vida”.
2 Comments
Latifa El Ouaaziki
30 julio, 2019 at 18:14Estoy completamente de acuerdo. De hecho hace tiempo vi una frase en internet que decía: «El musulman siempre debe de tener miedo a entrar al infierno para así In Sha Allah esforzarse mas en hacer buenos actos obligatorios y voluntarios también, pero también es necesario tener la esperanza de entrar al paraíso» Entre estos dos sentimientos tiene que haber un equilibrio, porque si esta constantemente pensando que va a entrar al infierno perderá toda esperanza de que entrará al paraíso y estará sometido en una depresión, pero si esta muy confiado en si de que entrará segurísimo al paraíso no se esforzará en hacer obras buenas y voluntarias. Por eso es necesario que ella un equilibrio.
ahmedbermejo
10 septiembre, 2019 at 12:24Exactamente, del temor y la esperanza Sayiduna Umar Ibn Al Jattab, que Allah esté complacido con él, decía que eran como las dos alas de un pájaro, que debían estar en constante equilibro.