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La generosidad del Mensajero saws

Siervos de Allah, ciertamente nos encontramos todavía en el mes lleno de luz, de baraka y de generosidad, en el mes de Rabi’ al Awal, el mes del nacimiento de Muhammad, salla allahu alaihi wa sallam, el mes de la profecía y el mensaje, el mes en el que se encuentra la noche del Maulid, una noche en la que la luz del nacimiento del Mensajero de Allah llegó hasta el palacio de Cosroes. Su luz hizo, además, que se secase el lago de Sawa y que se apagara el fuego de los zoroástricos, “como si, por pena, el fuego adquiriese la humedad del agua. Y como si el agua se inflamase como el fuego” (Al-burdah)

El hombre cuyo nacimiento provocó esto era un hombre que poseía unas cualidades que nadie jamás ha sido capaz de alcanzar. Poseía tantas cualidades que no podemos contarlas o enumerarlas. Una de esas cualidades era la generosidad; no hay generosidad que alcance la generosidad de Muhammad, no hay desprendimiento como el desprendimiento de Muhammad, por eso Ibn ‘Abbas, que había narrado historias sobre la generosidad, que había escuchado ejemplos de grandes hombres generosos, que conocía todos los grados de la generosidad descritos en los libros revelados, dijo: “El Mensajero de Allah era el más generoso de toda la gente”.

Era generoso con su riqueza, con sus bienes; pero también lo era con su tiempo, con su atención, con su indulgencia, con su conocimiento, con su paciencia, con su dedicación hacia los demás. Todos conocemos la historia del comienzo de la Revelación y cómo el Mensajero de Allah, tras volver a su casa aterrado por lo que había vivido, le dice temblando a su esposa Jadiya: “Cúbreme, cúbreme”. Y las palabras con las que Jadiya consuela a su marido; le dice: “¡Por Allah!, que Allah jamás te causará agravio, porque mantienes los lazos de consanguinidad, te haces cargo del que no tiene parientes (y es una carga para los demás), prestas ayuda al indigente, das hospitalidad al huésped y auxilias en las vicisitudes de la vida (lit.: “de la verdad”)”.

Era tan generoso porque para él la vida de dunia no tenía valor en comparación con la próxima vida, no se dejaba atrapar por dunia y sus tesoros. En una ocasión tenía un manto que le habían regalado; un hombre de los Ansar lo vio y dijo: “Qué manto tan hermoso, oh Mensajero de Allah. Entrégamelo”, y Muhammad se lo entregó al instante, sin dudarlo un segundo”. El Mensajero de Allah no solo era generoso, sino que amaba serlo. Amaba la generosidad, daba todo lo que tenía, daba preferencia a los demás, incluso estando él en necesidad, por eso era común que, en su casa, no se viera fuego alguno para cocinar durante meses consecutivos, pues no tenían más que agua y dátiles para comer, ya que todo lo demás lo entregaba con generosidad.

Era, salla allahu alaihi wa sallam, el más generoso de entre los generosos. Todo lo que llegaba a sus manos lo daba a los demás, a los pobres, a los necesitados o a aquellos que acababan de aceptar el Islam; y lo hacía para enseñar a sus Compañeros cómo debían ser ellos. Tras la batalla de Hunain, en la que los musulmanes obtuvieron grandes botines, estaba repartiendo el Mensajero el botín entre la gente, y vino a él Safwan Ibn Umayyah, que había aceptado el Islam en la reciente conquista de Meca. Al verlo, el Mensajero de Allah le dio cien cabezas de ganado, luego le dio otras cien y luego le dio otras cien. Al ver esto Safwan dijo: “Por Allah, que el Mensajero de Allah me entregó lo que entregó ─y, por Allah, que era el ser más odiado para mí─, pero continuó dándome hasta que se convirtió en el ser más amado para mí”.

Este ejemplo era el que seguían sus Compañeros. Era su modelo a imitar, su ejemplo a seguir. Aprendían de él y lo implantaban en sus vidas; por eso, ellos también eran tremendamente generosos, porque habían bebido de esa fuente. Cuando el Mensajero de Allah pidió ayuda a sus Compañeros para pertrechar un ejército, vino ‘Umar con la mitad de su riqueza y luego vino Abu Bakr con toda su riqueza. Otro que aprendió del Mensajero de Allah fue Ibn ‘Umar, que Allah esté complacido con él y con su padre, que nunca comía hasta que traía un pobre con el que compartir su comida.

Por eso, cuando en una ocasión un hombre llegó al Profeta pidiéndole hospitalidad, SAWS mandó recado a sus mujeres (para preparar o traer algo de comer) y éstas dijeron: “No tenemos más que agua”. Entonces el Mensajero de Allah preguntó: “¿Quién quiere darle hospitalidad?”. Y un hombre de los Ansar contestó: “Yo se la doy”. Lo llevó a su casa y le dijo a su mujer: “Honra al huésped del Mensajero de Allah”. Dijo ella: “No tenemos más que el alimento de nuestros hijos, lo único que tenemos en la casa es la cena para nuestros hijos”. Entonces dijo el marido: “Prepara la cena, enciende la lámpara y duerme a los niños antes de servirla”. La mujer lo hizo, preparó la comida, encendió la lámpara y durmió a los niños. Luego, cuando llegó el momento de servir la cena, se sentaron a la mesa; de repente, el anfitrión se levantó como si fuera a arreglar la lámpara y la apagó de manera que, en la oscuridad, pudieron simular que estaban comiendo; llevaban la mano al plato, pero no cogían nada de comida, dejándolo todo para el invitado. Y así pasaron la noche con hambre. Al amanecer fue a ver al Mensajero de Allah, y éste le dijo: “Allah se ha reído esta noche y se ha admirado de lo que habéis hecho”. Y entonces Allah hizo descender: “Y los prefieren a sí mismos, aunque estén en extrema necesidad. Y quien se guarda de la avaricia de su alma…, esos son los que tienen éxito”.

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Siervos de Allah, este es el Mensajero de Allah, el más generoso de entre los generosos, aquel que, si alguien le pedía, jamás decía que no; y estos eran sus Compañeros, los que fueron capaces de empaparse de esa luz y esa enseñanza del Mensajero de Allah, los que implantaron en sus vidas la generosidad, los que no dejaron que se quedaran solo en palabras y en ejemplos bonitos, sino que fueron capaces de aplicar la enseñanza del Mensajero de Allah. Por eso son la mejor gente.

Y esto es lo que debemos aprender nosotros, esta solidaridad, esta capacidad de ayudarnos, de dar preferencia a los demás, este dar de lo que tenemos, dar de aquello que Allah nos ha dado; y la generosidad no es únicamente dar de nuestra riqueza, dar de nuestro dinero, la generosidad es dar de lo que Allah te ha dado, sea lo que sea, sean bienes materiales, sea ayudar a tu hermano en llevar su carga, sea una sonrisa en tu rostro o sea una súplica sincera a Allah para que ayude a los que están en dificultad. Todo esto es parte de la generosidad.

En estos días estamos siendo testigos de cómo miles de musulmanes están sufriendo terriblemente. Miles de hermanos nuestros están teniendo que abandonar sus hogares, renunciando a todo lo que tienen para salvar sus vidas. Emigran dejando atrás sus casas y posesiones, como hicieron los primeros Muhayirun. Huyen de su tierra para que entre sus familias no haya más pérdidas de las que ha habido ya, para no perder más seres queridos de los que ya han perdido. Lo abandonan todo, y a ellos solo les queda Allah, subhanahu wa ta’ala.

Debemos ser generosos con ellos. Tenemos la responsabilidad y la obligación de serlo. Debemos ayudar a todos los que están en dificultad, pues esa es la enseñanza que nos ha transmitido el Mensajero de Allah, ese es nuestro Din, ese es nuestro asunto: ayudar a todo el que lo necesite, ser generoso de la manera que podamos serlo. Y en este caso, en este momento en concreto, en este lugar bendecido y en esta hora bendecida, lo hacemos elevando nuestras manos y nuestras voces pidiendo a Allah que todo lo puede, con sinceridad, desde lo más profundo de nuestros corazones, pues el dua’ es el arma del creyente, un arma mortífera, que cubra con Su misericordia a los que están sufriendo de nuestros hermanos.

Oh Allah, Tú que tienes poder sobre todas las cosas; oh Allah, Tú que todo lo sabes; oh Allah, Tú que eres el más misericordioso; oh Allah, Tú que eres el más justo de entre los justos, te pedimos que ayudes a nuestros hermanos; oh Allah, ayuda a Tus siervos; oh Allah, pon firmeza en sus corazones; oh Allah, pon algo de dulzura en sus vidas.

Oh Allah, pon paciencia en el corazón de las madres que han perdido a sus hijos, pon complacencia en el corazón de los padres que han perdido a sus esposas y pon compasión en el corazón de los niños que han perdido a sus padres.

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